sábado, 2 de abril de 2011

Raquel

Pey. ¿Quién es Pey?  ¿Cómo hablar de él si mi mayor acercamiento fue, a veces, ni siquiera poder pronunciar ese sencillo hola al momento del saludo?

Cada año que lo veía en la cena familiar, rodeado de seres caricaturescos cuya mayor similitud la encontré tan solo en las películas de David Lynch. Recuerdo las risas de mi papá -exageradas, como siempre- y su sonrisa de complicidad, casi totalmente identificado con Benny Hill en la televisión mientras esperaban la comida para terminar con eso e irse. Recuerdo los comentarios estúpidos y banales de todos los demás, comentarios sobre la televisión, sobre cómo se usa una computadora y qué es un teléfono celular; recuerdo las llegadas tardes de otro primo por quedarse sólo en su casa una hora mas para lavarse la cabeza; también recuerdo sus ojeras amarillas y sus orejas de mono. Su piel oscura y su accesorio más grande: casi como si fuera una presa traída de una cacería en la ciudad cosmopolita de Buenos Aires, pegada a su brazo y vestida con estola de leopardo, con vestidos y guantes rojos o conjuntos turquesa. Pero no recuerdo mucho más.
¿Cómo sería Pey para Raquel, la esposa que habitaba el planeta de los simios? La imagino probándose una de sus tantas miles de prendas, de todos esos disfraces para la ópera, buscando esa prenda perfecta que le faltaba para decorar su cabeza, ese pañuelo transparente que hacía juego con los zapatos, el vestido y la cartera; arrugada buscando en cajitas gastadas entre su kit de maquillaje el color perfecto para alejarse aún más de mostrar su ser como realmente es debajo de todo el rubor y la base y el labial. Seguramente, en la frustración se levantaría y caminaría por ese largo pasillo a esa oficina minúscula, llena de bibliotecas con libros de autores que, cuando intentó leerlos duró menos de cuatro páginas. Esa habitación cuya tercera parte estaba ocupada por un gran escritorio y una silla con vista a la puerta y de espaldas a la ventana del piso 20 de Lavalle y Callao. Dentro de esa diminuta caja y envuelto por una infinidad de papeles sueltos, con fórmulas matemáticas y códigos escritos a mano en servilletas de bares; un ser orejudo, vestido de camisa a cuadros amarillos y rojos, con saco marrón de gamuza y corbata bordeaux, excribe a toda velocidad en una Olivetti. Raquel, con los pelos desarreglados y una media caída le preguntaría si vió el pañuelo rojo que usó el viernes pasado; Pey la miraría, se detendría un instante de su triquiteo mecánico dejando su mirada posada en sus ojos, luego en la media caída; para retornar finalmente a la actividad junto con sus ojos y su concentración.
Pensaría en su pelo, en el color de sus uñas, miraría la punta de sus zapatos, pensaría en los contenidos de su cartera y en esa cartera de cuero que quiere comprar mientras Pey, que mira hacia todos lados con su bastón bien agarrado, intenta hablar sobre algo, por ejemplo sobre él, sobre ella, o sobre los demás. Ella, por supuesto, no lo escucha, pero sin embargo sus manos siguen juntas y son inseparables. Pensaría en todo eso mientras Pey la acompaña a la puerta de un bar para dejarla con un amigo de ella. Pey, sin embargo, no entraría nunca a ese bar.
Tal vez sentiría celos al ser ella la que lo espera con comida en la heladera cuando él llega tarde ¿dónde estaría todo ese tiempo Pey? ¿Estará trabajando? ¿Estará con amigos? ¿Estará borracho? ¿O será verdad qué va al cabaret a escribir en sus servilletas de papel fórmulas mágicas que al final... nunca nos dieron más de lo que tenemos?


... ¿y Raquel para Pey? ¿Quiém será?

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