jueves, 7 de abril de 2011

Reflexiones 02

Finalmente doy en el clavo. No podría dar en el clavo sólo. Necesitaba hablar, necesitaba escuchar, necesitaba escupir. La realidad de Pey es particular. Pey habita un minúsculo despacho, repleto de cosas hasta el extremo, repleto de libros, repleto de monos, repleto de papeles y repleto de repletitud. Su departamento se orienta sobre Lavalle. Su silla sin embargo mira al otro lado. Mira a la puerta cerrada que espera ser abierta todo el tiempo. Mira a sus hijos estáticos de caucho o de que importa qué material. Pasa a máquina sus escritos en servilletas de papel. Los congela en hojas blancas y amarillentas. Paraliza miles de veces las mismas imágenes. Pey detiene el tiempo. Frente a él, hay cajones repletos de diapositivas. Si quiere, sin moverse de su lugar, puede tener a Raquel (o a cualquier otra mujer), en tamaño real, en frente de él. Puede mirarla desde la oscuridad, sin ser visto. Sólo mirar. No le importa la ventana, no le importa Lavalle, puede mirar fotos de cualquier otro lugar que le importe más y que sea cómo era cuando le gustaba. Pey juega con el tiempo. Tiene el beneficio de ver sólo lo que quiere ver y esta es su realidad. Nada más que eso. Una realidad que no se mueve. Sus hijos son objetos inanimados: no se mueven, no crecen, no se cambian de ropa. Su mujer: una barbie y todas las barbies. No puede hablar con ella hasta que no esté maquillada. Raquel no existe sin ese maquillaje que la mantiene siempre en la misma edad. Benny Hill es una repetición. Benny Hill no envejece. El papel se repite, las servilletas se escriben a máquina. Pey transforma la realidad en la impresión repetida infintamente de los mismos instantes. Siempre va al cabaret a escribir. Escribe repeticiones. Escribe un libro entero de poemas dedicados a una sóla mujer. La vida de Pey es una repetición de instantes repetidos. Inmóviles. Vive feliz en ese mundo.
Pero sin embargo; hay cosas que no encajan dentro del esquema. Para esto habría que analizar un poco la vida de Pey. A los setenta u ochenta y pico de años muere por cáncer de pulmón. Raquel enloquece y termina muriendo al año siguiente tras varios ataques de pánico y teniendo que pasar ese último año asistida por una enfermera en su departamento. Pey no escribe una herencia, convencido de que no se iba a morir. Todo queda para Raquel, y tras la muerte de la última, unas tías o primas de ella heredan el departamento. Los monos, siempre repitió mi vieja, fueron consumidos por la nicotina. Todo lo que giraba alrededor de Pey cambiaba, mientras él vivía en ese tiempo congelado. ¿Lloraba el pasado?
Pey fumaba, los cigarrillos se consumían, tenían un tiempo, una duración, pero se repetían y se repetían. Esa Lavalle a la que Pey daba la espalda se modificaba constantemente, esos hijos si crecían, envejecían, se iban consumiendo de a poco, cómo él y como Raquel. Incluso las diapositivas cambiaban, la lámpara del proyector envejecía, se llenaba de polvo. Que contradicción.

Dentro de de la lista de cosas que sé que Pey no dejó puedo agregar la cámara de fotos, casi uno de sus ojos.
Dentro de la lista de cosas que dejó puedo agregar un lindo trípode viejo. No dejó ni la cámara. ¿Habrá sido mágica? ¿Se habrá ido con él? Que bronca

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